
Un regalo para mamá

Sentado frente a una gran mesa redonda, junto a otros cinco niños, Milo, el osito de anteojos, observaba la pequeña oruga de cartón que tenía en sus manos. Era muy bonita y colorida, por eso estaba seguro de que a su mamá le iba a gustar. No había nada que le gustara más que un regalo hecho por el mismo Milo.
La mayoría de los niños habían hecho pececitos u ositos con platos desechables. Milo también había hecho uno de esos, pero, como terminó rápido, la profesora decidió ponerle un nuevo reto: figuras con cartones de huevo. Él escogió la oruga porque recordó que a su mamá le gustaban las mariposas.
“Y las orugas son mariposas, ¿no?”
Para Milo, hacer la oruga había sido todo un reto. Cortar el cartón de huevo con las tijeras redondas no era tan fácil como pensó en un principio. Sin embargo, con la ayuda de la profesora, la señorita Conejo, finalmente pudo hacerlo. La parte más divertida fue, sin duda, pintar la oruga. Como a su mamá le gustaba mucho el azul, Milo decidió pintar uno de los cartoncitos de ese color. Estaba seguro de haber tomado la mejor decisión.
Después de que se secó, solo tuvo que pegar todos los cartoncitos para crear el cuerpo, seguido de los ojitos, las antenas ¡y listo!
Milo sabía que a su mamá le iba a gustar.
En realidad, a su mamá siempre le gustaba todo lo que él hacía en el colegio.
Una vez, la profesora los puso a hacer un collage con algodón, macarrones, frijoles y lentejas. También habían hecho un collage con hojas de árboles, papel transparente y arena. Todos habían sido muy fáciles de hacer y a su mamá le habían gustado mucho. Le gustaron tanto que algunos los enmarcó y los colgó en una pared de la sala.
Al principio, a Milo le había dado un poquito de vergüenza, sobre todo porque a su mamá le encantaba enseñárselo a las visitas.
Ahora era él quien los enseñaba.
La señora Mona, su vecina, incluso le había dicho que le compraba un dibujo de un jarrón que hizo con plastilina y colbón. Pero como ese era el favorito de su mamá, tuvo que decirle que no.
La oruga, sin embargo, era algo que nunca había hecho. Era diferente y Milo se sentía muy orgulloso de su trabajo.
“Tal vez la próxima vez debería hacerle un pececito de cartón” pensó Milo cuando estaba guardando sus cosas dentro de su mochila. Sonó el timbre, así que salió deprisa.
Al ver la sonrisa de su mamá en el carro, cuando le entregó la pequeña oruga se dijo: “Sí, la próxima vez haré un pececito ¡Uno azul!”.
A su mamá le encantaban los peces, tanto como a él.
Sin duda, ese también sería un gran regalo.